Ya no me cabe la menor duda. Francisco ha desatado su particular guerra santa, -si queremos utilizar la expresión clásica-, aunque para mí que de santa no tiene nada. Se ha quitado el solideo y se ha puesto el turbante, dispuesto a degollar a todo el que represente un peligro para su particularísima versión de lo que es la Iglesia. Muchas veces hemos comentado en estas páginas el triste hecho de que el cardenal Bergoglio llegó al Trono de Pedro dispuesto a personalizarlo desde el primer día, para hacer del Solio Pontificio un lugar donde sus reivindicaciones de jesuíta postconciliar se vieran recompensadas. Muchos dicen que fue una carrera buscada desde el principio, llena de ambiciones, espionajes, rencores y sed de venganzas concretas, especialmente desde 2005. Pero ese detalle me tiene sin cuidado: allá él. Tampoco suelo ser facilón para creer las habladurías. Si es verdad, pues él sabrá.

Les he dado una perorata vespertina a mis novicios para abrirles los ojos. El caso es que se cuidaron hasta los detalles más pequeños para atacar a la Institución que representaba Francisco y para capitidisminuir todo lo que fuera grandeza, elegancia, estilo, solemnidad, grandilocuencia y ceremonia, como correspondería al Vicario de Cristo en la Tierra. Así el Papado -en un par de meses-, se transformó en una suerte de gestos, detalles y maneras toscas y vulgares que han llevado consigo (cosa lógica), el terremoto añadido -y mucho más grave-, de la tosquedad grosera, insensible y torpe en la que ha sumergido la doctrina, consiguiendo que en pocos meses gran parte del pueblo cristiano, esté creyendo que tratan con la abuelita de Caperucita sin verle la orejas al lobo o los colmillos al depredador de turno. Hay muchas especies: desde el lobokasper, que ataca en directo, hasta el lobodolan que se ríe pero no mueve un dedo para salvar a la víctima, pasando por el lobomarini, que se relame y se regodea antes de lanzarse sobre la presa (en este caso la presa litúrgica), a la espera del nombramiento.

Ahora, cada cierto tiempo, Francisco pone ante nosotros una especie de video en el que se degüella metafóricamente a alguien. Como los del Estado Islámico. Son videos promocionales de la guerra santa, en los que se muestra hasta dónde se puede llegar y hasta dónde no. Quién es degollado y quién no. Si un Obispo argentino permite que se cometa una fechoría profana y que se haga burla del santo matrimonio sin decir ni pío, no hay degollación. No tiene importancia. Si un cercano colaborador está más que demostradamente sabido que es el gay del ascensor, no pasa nada. No hay degollación, sino misericordia. Hay muchos ejemplos en este último año y medio, aparte de las degollaciones que se hayan ido haciendo a pequeña escala, por parte de los Comisarios Políticos de turno, de las que ni nos hemos enterado.

YihadEstos días sale a la palestra la fulminante destitución de un Obispo del Paraguay. Mucho se está escribiendo sobre esto y por gente más enterada que yo, que en mi convento tengo restringido el uso de las noticias y por mis horarios en el coro (al que ya vamos solamente tres o cuatro ancianos), no tengo mucho acceso a las redes o como se llame eso.

Pero hay algo que sí me ha llamado poderosamente la atención y que se repite sistemáticamente en todos los casos de degüello que hemos presenciado últimamente. Me limitaré a tres solamente, que por otra parte son los más emblemáticos: los Franciscanos de la Inmaculada, Lumen Dei y este Obispo de Ciudad del Este. Todos ellos, contaban con una ingente cantidad de vocaciones sacerdotales, religiosas, masculinas y femeninas. Muchas vocaciones, muchas profesiones perpetuas y muchas ordenaciones sacerdotales. Parece que, al igual que el lobo huele la sangre de la víctima, se oliera aquí de forma instintiva la capacidad para reclutar jóvenes dispuestos al sacerdocio, y a un sacerdocio (¡ojo!), con cierto aire tradicional. El tradicionalismo, aunque sea en dosis muy bajas, es olfateado inmediatamente por el depredador, que se arroja sobre su presa en menos que canta un gallo.

Y es que ni pueden soportar que por medios tradicionales se consigan tantas vocaciones, ni pueden permitir que esas vocaciones lleguen al final. Prueba de ello es el hecho de que antes incluso de fulminar al Obispo, suspendieran desde Roma el pasado mes de agosto todas las ordenaciones previstas en la Diócesis de Ciudad del Este. Y los que iban a recibir la ordenación sacerdotal, a su casa hasta nueva orden. ¡Toma misericordia!

Si no fuera porque me da mucho miedo hablar de estas cosas alegremente, diría que suena a satánico, según aquello tantas veces repetido por los santos, de que el Diablo odia a muerte el sacerdocio, como odia la Santa Misa.

Pues sí. En todos estos casos había seminarios hasta los topes, frente al panorama inhóspito creado desde los tiempos postconciliares, aunque nos hablen de repuntes, ciertas subidas, estadísticas con mejoras… y otras formas de intentar engañarnos. Ha llegado a tal punto la cosa, que el Obispo que tiene 15 seminaristas, se dedica a dar charlas al resto del episcopado sobre cómo conseguir vocaciones. Vivir para ver.

La otra cuestión que me ha asombrado por lo inusual, ha sido la forma de llevar a cabo el susodicho degüello: sin respeto a las personas, sin tener en cuenta para nada el Derecho Canónico, sin explicaciones, con malos modos, con alevosía. Y con prisas, porque el tiempo apremia. Sin esa misericordia que tanto se aplica por doquier.

Eso sí, con hipocresía. Esa de la que tanto habla el Papa en sus sermones. Fíjense si no, en el lacónico texto que se ha publicado al respecto, y que no voy a comentar, porque no quiero enredarme más en esto. Me limitaré a poner en letra roja, las palabras hipócritas utilizadas. Si tuviera tiempo, comparaba este texto con tantas y tantas homilías en Santa Marta. Veríamos los resultados:

El Santo Padre, en el ejercicio de su ministerio de “fundamento perpetuo y visible de unidad así de los Obispos como de la multitud de los fieles” pide al clero y a todo el Pueblo de Dios de Ciudad del Este que acoja la decisión de la Santa Sede con espíritu de obediencia, docilidad y sin desavenencias, guiado por la fe.

Por otra parte, se invita a toda la Iglesia de Paraguay, guiada por sus pastores, a un serio proceso de reconciliación y superación de cualquier sectarismo y discordia, para no herir el rostro de la única Iglesia “adquirida con la sangre de su Hijo” y para que el “rebaño de Cristo” no se vea privado de la alegría del Evangelio.

Así que ya lo saben: superación de cualquier sectarismo y discordia.

Y si no, al video publicitario.